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miércoles, 12 de octubre de 2011

"El árbol de la vida" de Terrence Malick (2011).-PARTE IV: Otros símbolos. Mi opinión personal sobre la película


4) OTROS SÍMBOLOS ESPIRITUALES

4.1.- Los Guías y Mensajeros


Un Ángel guiando a Jack hacia su nacimiento a la Vida

Son muchos los relatos del Antiguo Testamento que hacen referencia a los Ángeles como mensajeros de Dios. Según las Escrituras, hubo un tiempo en el que los Ángeles y arcángeles se manifestaban ante los hombres en viva presencia, o bien, a través de los sueños. Entre estos relatos, uno de los que resulta más significativo es aquel sueño de Jacob. en el que veía una gran escalera que partiendo de la tierra llegaba hasta el cielo; por ella subían y bajaban numerosos ángeles, y al final de la escalera, en la parte más alta, estaba Dios. En este sueño los ángeles aparecen como intermediarios directos entre Dios y los hombres. Ellos son los seres de luz que elevan nuestras peticiones al cielo y quienes nos traen respuesta haciéndonos participes de la energía divina.



Tanto en Oriente como en Occidente, la figura del ángel está presente en diversas tradiciones religiosas. Pueden recibir diferentes nombres, pero su misión respecto a los hombres es muy similar; ellos son quienes nos protegen, nos guían, nos ayudan a descubrir nuestros dones y virtudes, y nos advierten cuando equivocamos el camino, aunque, eso sí, siempre respetando nuestro libre albedrío, de ahí que muchas veces esperen a que se les pida para interceder a nuestro favor de forma providencial.

La tradición cristiana reconoce nueve Jerarquías o Coros angélicos.



4.2.- El Girasol


Aparece un campo de girasoles al principio y al final de la película. Por el aspecto solar y el color, así como por su heliotropismo, es evidente símbolo solar y de la majestad en diversas culturas. 

En el cristianismo ha simbolizado el amor de Dios, el alma, el pensamiento constantemente vuelto hacia la contemplación de Dios y, en ese mismo sentido, la oración. Por eso Malick le da un puesto importante.


4.3.- Las velas



Las velas son el elemento más primario que transporta la iluminación. Pero, si bien, la función primaria de la luz es iluminar y también reflejar, la secundaria es activar el potencial psíquico de las conciencias humanas, pues de alguna manera nos ayuda a comprobar nuestra experiencia en el mundo.

La luz también es una referencia, una señal que nos ayuda a orientarnos en el camino, para saber dónde estamos parados.

El uso de las velas, tanto práctico como místico se extiende a muchas religiones, donde aparecen como un elemento indispensable en sus templos. 

Las velas simbolizan la luz viva, la chispa divina que posee el ser humano, de ahí su sentido místico y su utilización como herramienta esotérica.



5) MI OPINIÓN CRÍTICA





El árbol de la vida” me ha despertado emociones encontradas. Por un lado me parece una gran película, una joya (mejor un diamante, porque brilla todo el tiempo) con un engarce preciosista y complejo, plagado de multitud de símbolos trascendentes relacionados con los temas bíblicos y de la tradición espiritual. Nada está dispuesto al azar. Todo lo que se ve y se dice tiene significación, interpretado a la luz del espíritu, cuyo reflejo vemos por todas partes (es sólo el reflejo del sol, pero da lo mismo). Con una gran economía en palabras, trata multitud de temas de gran envergadura, sólo con el poder de la imagen: las preguntas acerca del misterio de nuestra existencia, Dios, el mal, la muerte, las relaciones con los padres y sus conflictos, etc.. También realiza un retrato de la infancia con gran sensibilidad y delicadeza.

En general, la obra se puede calificar como un canto a la vida y a lo divino que hay en el universo y en nosotros, y sobre todo, como una hermosa oración, una plegaria, una súplica, una petición y, a la vez un otorgamiento, un ofrecimiento a Dios través de la fe, el perdón, la esperanza y el amor. La música y las bellas imágenes, en las que se “palpan” las distintas texturas que adornan la naturaleza, embargan, y también conmueven y emocionan los acontecimientos que les suceden a la familia protagonista, contados con sutileza, ternura y elegancia, como ya hemos visto. 

Pero lo más valioso que para mí tiene la película es la invitación a volver a ser niños, a recuperar la capacidad de asombro y la inocencia. Al ir creciendo y experimentando los sinsabores de la vida, el cinismo y la amarga ironía pueden apoderarse de nuestro corazón, sobre todo si hay personas que se han burlado  y se han aprovechado de nuestra confianza y de nuestro candor e ingenuidad. Pero yo apuesto por mantenerlos, pase lo que pase. En este sentido, el mensaje de Malick me llega muy adentro y no pierde su valor a pesar de lo que voy a decir a continuación. 

Ahora bien, y aquí viene la rebaja: excepto eso que he comentado en el párrafo anterior, todo lo demás representa sólo una vivencia, y además una vivencia muy personal del director. Quiero decir que, aunque la mayoría de los temas que plantea son universales, no lo es la respuesta que ofrece Malick al Misterio. Es más, comete un craso error al darla, de tal manera que, en mi opinión la obra se despeña por esa causa. Su visión servirá para un creyente en la misma fe, pero no para otro que tenga una fe distinta o que no sea creyente. Prefiero las obras que dejan al espectador sacar sus propias conclusiones. Suelen ser, además, las que pasan la criba del tiempo y se hacen inmortales. Veamos esto más detenidamente en el punto siguiente:


5.1.- Dios - Naturaleza. Dualismo frente a monismo

Malick, para responder a las preguntas metafísicas que todos nos hemos hecho alguna vez (¿quiénes somos?, ¿de dónde venimos?, ¿hacia dónde vamos? ¿qué hacemos aquí?), apuesta desde el principio por una visión dualista, la misma que las monjas enseñaron a Mrs. O'Brien, la madre protagonista. En ella Dios y naturaleza van por separado, son dos caminos distintos. Es decir, Malick se pronuncia frente al misterio que nos quiere mostrar y nos instruye sobre el camino a seguir, adoptando el rol de maestro. Su visión, aunque parezca panteísta, a mi entender es claramente deísta y cristiana, como ya he comentado. El misterio así deja de ser tanto misterio, queda cercenado como tal, porque, aunque se plantee la imposibilidad de conocer los designios divinos, queda perfectamente establecida la existencia de un Dios independiente de nosotros, que nos ha creado, del que partimos y al que volvemos. Y también se nos alecciona, como en una homilía, sobre cuáles deben ser nuestras respuestas, dictadas en nuestro corazón por ese Dios, para no acabar siendo unos pecadores o unos estúpidos materialistas como el padre al principio: el arrobo adorador ante la gloria divina, expresada en las imágenes naturales de pájaros, flores, etc., la fe, el perdón, la esperanza y el amor. Y así veremos la Luz. En este sentido, quizá tengan razón los que consideran la obra como un ambicioso panfleto de espiritualidad New age, con sus guías angélicas y toda su parafernalia de símbolos y senderos de progresión espiritual, de renacimientos, velas que se encienden, manos que se unen en plegaria y espacios de luz. Muy bonito todo, eso sí, pero nada comparable con “2001, una odisea espacial” de Kubrich, con la que la relacionan. En ésta, que me parece una obra maestra, el misterio queda sin respuesta y eso me gusta mucho más. ¡Que para eso es un Misterio, caramba!

Porque, si se trata de pronunciarse, yo prefiero el MONISMO de Baruch Spinoza. Para él la naturaleza y Dios (por llamar de alguna forma al misterio que nos envuelve) son la misma cosa. Y alma y cuerpo, en lógica consecuencia, también conforman una unidad indisoluble. La naturaleza, que no ha sido creada por ningún ser fuera de ella, es eterna, existe desde siempre y para siempre y puede adoptar múltiples formas. Sólo hay que ver la variedad de flora y fauna que se ha dado y que se seguirá dando a lo largo de los tiempos. En cambio, los individuos que formamos parte de ella somos finitos, perecederos. Así los humanos podemos desaparecer como especie igual que desaparecieron los dinosaurios, pero la naturaleza permanece. Todo lo que hay en nosotros: cuerpo, pensamientos, emociones, sentimientos, deseos, etc, forma parte del ámbito natural, es materia igualmente. En esta perspectiva, no hay, desde luego, dos caminos a elegir, ni creo, tampoco, una esperanza de vida futura más allá de la muerte, como parece presuponernos Malick (¿de qué otra esperanza podría tratarse la que nos suscita?). Nuestro único patrimonio es la propia vida mientras existimos.

¿Por qué la naturaleza actúa como lo hace?. Sólo sigue sus propias leyes. Si no hay plan ni designios divinos, todo sigue quedando en el misterio. El motor de la existencia lo mismo puede ser el absurdo que cualquier otra cosa y, nosotros, inmersos de lleno en ella, no podemos saberlo, porque para eso tendríamos que poder observar todo desde fuera, desde la distancia, con la objetividad y la capacidad de otro ser que no somos, como se puede mirar un terrario de hormigas, para comprender su funcionamiento.

Esta visión de Baruch es bastante determinista, claro está, pero aún así, como nos hace ver el propio autor, una vez que somos conscientes de ese determinismo, y a partir de él, podemos ejercer nuestra libertad.

Mucha gente parece pensar que no tener a Dios como una referencia externa, un Dios al que temer y que castiga al pecador, implica que no hay nada que nos retenga para hacer el mal. Éste, supongo, es el motivo que ha alarmado a los que han querido ejercer el poder y ordenar la vida pública, así que les venía bien la idea de Dios para hacernos comulgar con las leyes que querían imponer, amenazándonos con las llamas del infierno, cuando no con la tortura y la muerte, si no las acatábamos. Eso, desde luego, también, por otra parte, produce una moral muy utilitaria: me porto bien para no ser castigado, no porque racionalmente o de corazón sienta que deba actuar así.

El caso es que si la moral no viene dada por mandamiento o propósito divino, no hay una llamada desde lo Alto en el corazón de los hombres, no tenemos más remedio que aceptar que es un pacto convencional entre humanos, lo cual supone una aceptación racional de las normas, al menos a nivel social. Así este mundo no acaba siendo una selva en la que se impone el poder del más fuerte y no nos destruimos los unos a los otros por un quítame allá estas pajas. Podemos ver que hemos avanzado a ese respecto. Ahora existe una declaración de derechos humanos universales, están los convenios de Ginebra, que humanizan un poco la situación en tiempos de guerra, etc.

No obstante, yo no pienso que el ser humano, a nivel individual, tienda hacia el mal, en general, en el caso de no tener diques o cortapisas que le retengan. Yo pienso que la persona es algo muy complejo, que lleva dentro de sí muchas riquezas y semillas, tanto de las que consideramos buenas como de las que creemos malas, sin que muchas veces tampoco la distinción entre ellas esté tan clara, ya que como bien dicen los refranes: “no hay mal que por bien no venga” y “de buenas intenciones está el infierno lleno”. Dependerá de sus propensiones, de sus inclinaciones, de su educación, de sus experiencias, etc, para actuar de un modo u otro. En situaciones límite, tanto hemos visto comportamientos bestiales como altruistas. No estamos, desde luego, en un sistema que promueva los valores que siempre hemos considerado buenos, sino que, por el contrario, ahora se premia como una virtud aquéllo que antes se denostaba. Pero en fin, esa es otra historia y no voy a insistir aquí. Lo que sí quiero dejar claro es que la ética del amor, del perdón y de los hermosos valores de la buena convivencia, no está reñida con creer o no en un Dios personal celestial, omnipotente, omnisciente y omnipresente. Yo, por ejemplo, no soy creyente y la he adoptado como mi ley moral personal, aunque no siempre sea capaz de cumplir con ella, porque creo que es la mejor forma de que todos vivamos en paz y armonía y también porque me hace sentir mejor conmigo misma. No tengo fe, ni espero la salvación eterna ni tengo esperanza al respecto. Tiendo a pensar que simplemente me pudriré y otras personas ocuparán mi lugar. Y sufro los males irremediables como puedo, claro. La fe para esa cuestión puede ser una ventaja, pero yo no la tengo.


5.2.- El depurado crisol de imágenes (dicho con un poquito de guasa)

Éste es el otro punto que no me convence del todo en la película. Malick nos obsequia todo el tiempo con imágenes muy bellas, estilizadas, claras, límpidas, etéreas, acompañadas de una música exquisita, grandiosa, con el fin de transportarnos a “Otro Mundo” dentro de éste. Nos produce una sensación que no es extraña, sino que ya la hemos sentido seguramente todos al contemplar un amanecer o un hermoso paisaje de montaña, etc. No sé muy bien si eso se produce por un arrobo “espiritual” producto de la visión de la Majestad, que nos hace conscientes de nuestra insignificancia ante la inmensidad del Misterio, o simplemente se trata de una exaltación emotiva sin más trascendencia ante la contemplación de la belleza. Supongo que según el caso. La cuestión es que estas reacciones trascendente-emocionales también las conocen los que nos envían esos power point llenos de “perlas de sabiduría”, ya que suelen ir acompañados de fotografías de ese jaez, algunas bastante empalagosas. La diferencia es que Malick no nos dice: “Piensa un deseo y envía mi película a treinta amigos en los próximos cinco minutos, incluido yo mismo, y tu deseo se cumplirá. Si la envías sólo a cinco amigos, recibirás una sorpresa. Si no la envías a ninguno, tendrás mala suerte durante los próximos diez años”. Menos mal.
La única vez que Malick introduce algo que no estéticamente tan agradable es cuando los niños van al centro comercial con la madre y vemos un viejo beodo, un tullido, unos presos, entre ellos un anciano. Y sólo lo hace para que un niño pregunte asustado: “¿Puede ocurrirle a cualquiera?, y el hijo mayor responda: “Nadie habla de ello”
 


Ya sé que la escena sólo quiere expresar el miedo del hombre a ser afectado por el mal, por la desgracia, por el infortunio. Pero es un miedo humano y la película de Malick también intenta presentarnos la Creación divina. Por eso yo me pregunto: ¿por qué soslaya lo poco atractivo en todo el resto de la película? ¿No decía el padre Haynes que también tenemos que ver a Dios cuando nos vuelve la espalda? ¿no es cierto que se dice en la película que los males que padecemos también forman parte de la “Gran Obra”?, ¿es que mostrar esos males degradaría y socavaría la imagen que debemos tener de Dios y nos dispondrían en contra de la fe? ¿Dónde están el hambre, la miseria, la suciedad y todas las lacras del mundo? ¿También resplandecen a nuestro alrededor? ¿o es que Malick ya no ve nada de eso, dado su estado de gracia, y todo le parece maravilloso y sonriente? Puede que sea esto último, aunque yo supongo que es que las imágenes del mal, aparte de la del niño ahogado, que tampoco es desoladora, no le sirven a Malick para su propósito, que es la glorificación divina. Y usa el tópico de la belleza natural, claro está, que es mucho más fácil de absorber por los espectadores. Esto lo alterna con el aparato de símbolos, que también son más “limpios” y depurados, y todo acaba brillando como un espejito. Así los niños no nacen entre sangre, placenta y otro fluidos, sino que guiados por un hermoso ángel que porta una vela, todos vestiditos de blanco, atraviesan bonitas puertas en el agua, mientras un vaporoso velo blanco se desliza. Es decir: Malick pretende cantar a la vida, pero no plasma la realidad tal cual es y en todo su alcance, sino que sustrae los aspectos poco atractivos y añade otros simbólicos, supuestamente espirituales y estéticamente más refinados y acrisolados, por lo que hemos dicho antes: para conseguir su objetivo glorificador. Por otro lado, ¿es espiritualidad lo que nos muestra o es sólo lo que nos han vendido siempre como espiritualidad: iluminación, elevación, ángeles, velas, velos.....? ¿No será una espiritualidad de mercadillo con un envoltorio de lujo? El perdón que se produce entre los hermanos, por ejemplo, tiene valor por sí mismo, en mi opinión, como modo empático de acercamiento humano. No creo que necesite ningún adorno espiritualista ni un móvil de trascendencia divina.

Si Malick hubiera sido capaz de expresar el Gran Misterio alternando las imágenes bellas con otras de espacios cerrados, impurezas, pobreza, enfermedad, fealdad, etc, es decir, con la vida en todas sus facetas y dimensiones, le hubiera considerado un genio y mucho más humilde. Me hubiera descubierto ante él totalmente fascinada. Porque, aunque la fe que promueve es un sencillo y conmovedor acto de humildad, sólo se arrodilla ante lo bello y lo grandioso. ¿No habría que postrarse también ante el mal que es igualmente obra Divina? A pesar de que Malick habla de que hay que aceptar las calamidades con fe, elude mostrarlas en imágenes. Es un poco tramposo. Y, sin embargo, si habla de los males es que piensa y sabe que existen. Porque si todo está bien, como se dice, y el mundo que nos rodea resplandece y el amor sonríe a través de todas las cosas ¿para qué plantear el problema entonces?. Pero claro, a ver quién es el guapo que recurre al sufrimiento y al horror para mostrar la majestad divina. Al primero que lo haga y lo consiga, hay que ponerle una estatua.

Esto me recuerda a otra película, “El fuego fatuo”, de Malle. El protagonista, Alain, está en una clínica para curar su adicción al alcohol, y padece una grave depresión. El psiquiatra que le atiende, incapaz e impotente para curar su tristeza, su dolencia “espiritual”, se agarra a argumentos de falso optimismo y el último de ellos, cuando ya se va porque se ve sin salida es: “La vida es algo bueno”. Alain acaba suicidándose, claro. Malick hace un poco lo mismo que el doctor. Utiliza el argumento trillado de la belleza natural para convencernos de lo bueno que es vivir y de la gloria de Dios.

Además, ante el silencio aterrador de Dios, que han manifestado otros cineastas como Bergman, Malick parece que se arroga su poder o, simplemente, actúa como un demiurgo en su nombre y nos muestra todas las maravillas de su creación. Nos vende a Dios con su cara más luminosa y resplandeciente. Es un buen publicitario, de eso no hay duda. Y no lo veo mal. Me parece muy bien celebrar el esplendor del mundo, alegrarnos por ello, disfrutarlo. Pero no me parece suficiente. No me importa ser una aguafiestas, jejeje..

Por otro lado, si se trata de una defensa del cristianismo, como ya he manifestado afirmativamente, prefiero al creyente que ve a Dios en el rostro de los que sufren y no al Dios bíblico “megalómano”. En la película, de todas formas, se observa algo de esto, cuando la madre de Jack da de beber a un preso, en un gesto caritativo.

Yo siempre he sido muy consciente del Misterio de nuestra existencia, porque suelo hablar a menudo de ello y por eso me interesaba esta película. También soy admiradora de las maravillas del universo, de las que formo parte. Pero no necesito en absoluto ver a un Dios creador en ningún sitio. Para sostener mi ética me basta con este principio: “El otro soy yo misma”. No creo que Malick vaya más lejos que yo con lo que expone, aunque pretenda ir más arriba, así que me quedo con lo mío. Y ahí lo dejo sin dar más explicaciones, que esto ya se ha hecho muy largo, jejeje.


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